Hay Navidad en el ambiente. Se refleja en las casas, negocios, calles y plazas de nuestro hermoso barrio. Lucecitas titilantes, adornos, regalos y decoraciones coloridas, llenan los espacios a nuestro alrededor. Sin duda una época especial en la que también solemos experimentar un desgaste mayor entre las actividades de cierre del trabajo, escuela, despedidas, reuniones extras y tareas que se acumulan junto a preparativos para las fiestas. De diferentes formas el entorno nos invita a ingresar en un frenesí que en muchos sentidos se contrapone a la esencia de la Navidad la cual puede llegar a convertirse en una fuente de estrés, en vez de ser una celebración de gratitud y alegría.
Cuántos de nosotros nos encontramos en estos días envueltos en un torbellino de labores de las que por un lado queremos disfrutar y por otro, esperamos que pasen rápido para tacharlas del “Check List” interminable que generalmente se extiende hasta año nuevo.
Vamos intentando administrar las tensiones, superar los desafíos y llegar con todo, al mismo tiempo que continuamos asumiendo las responsabilidades propias de la dinámica que nos toca atravesar. Pero ¿no te pasa que en ese intento de mantener el equilibrio en ocasiones se torna inevitable el desborde? Posiblemente en este último trecho, nos gana el cansancio, nos consumen las obligaciones, nos supera el agotamiento y sin querer se van desdibujando incluso los motivos nobles que nos llevaron en principio a encarar proyectos, planes y sueños.
¿Entonces? Entonces siempre podemos volver al pesebre, el lugar donde todo cobra una nueva dimensión.
En el pesebre hay posibilidad. Aunque poco convencional y diferente a lo esperado, allí la vida misma se abre paso enseñándonos que cualquier entorno puede transformarse cuando hay propósito y que el lugar de mayor incertidumbre o dolor puede convertirse en el lugar de mayor esperanza y fortaleza.
En el pesebre hay un niño vulnerable pero con una misión imparable. Él nos recuerda nuestra fragilidad, al mismo tiempo que nos llena de fe.
En el pesebre hay familia, amor, alegría y gratitud. Todo lo necesario para bajar las revoluciones y disfrutar en calma de momentos valiosos, únicos e irrepetibles.
En el pesebre hay un milagro. Dios encarnado.Dios con nosotros. El mismo que nos invita a levantar la mirada y volver al eje. El que nos regala la oportunidad de plantearnos este último tramo del año e iniciar el siguiente, con una perspectiva renovada.
En el pesebre hay paz. El único apuro descripto en el relato bíblico del nacimiento, fue el de los pastores que a toda prisa corrieron a corroborar con sus propios ojos y llenos de expectativa la noticia más importante de todos los tiempos: “Hoy les ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (…)Así que fueron de prisa y encontraron a María y a José y al niño que estaba acostado en el pesebre. Lucas 2.11-12,16
Jesús nació para iluminar tu mundo y dar sentido y propósito a tu vida. Desde Tierra de Avivamiento te alientan a levantar la mirada al cielo y elegir creer.
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